jueves, 23 de octubre de 2008

Pasional III


 

Te contemplas frente al objeto de deseo.
Él ha procedido cuidadosamente a desnudarte.
Su boca juega con la tuya y cuando cesa el contacto percibes un aliento con sabor a tabaco.

Besa tu cuello y de tu boca semiabierta escapa un susurro.
Sus manos juguetean con tus pechos deteniéndose especialmente sobre los pezones que parecen cobrar vida volviéndose más y más turgentes.

Con ternura abrió tus piernas y suavemente, poniéndose encima de tu cuerpo, empezó a penetrarte.

Sus movimientos parecían felinos y poseían una extraña e inquietante precisión.

Con los ojos cerrados gemías de placer acompañándole con movimientos de tus caderas, empujándole con tus manos para que no se detuviera...

Pero, de repente, él acabó, sentiste sobre ti el peso de todo su cuerpo mientras su pene se ensanchaba aún más dentro de tu cuerpo, y notaste sus intermitentes descargas al tiempo que oías sus jadeos de satisfacción...

Pero tú querías más, no habías alcanzado el placer del orgasmo y le pedías que continuase aunque sabías que su egoísmo se lo impediría.
Y te abandonó allí, tendida en la cama, sin satisfacción, para irse a fumar un cigarrillo y contemplarte una vez más de pie, con un aire de superioridad que te dio náuseas.
Y la sonrisa estúpida que afloró a su rostro fue el detonante.
 

Te levantaste encolerizada hacia él y comenzaste a pegarle y arañarle mientras él reía a carcajadas.
Caísteis rodando por el suelo enzarzados en una descompensada lucha.
Hasta que percibiste su excitación con los golpes que le propinabas y agarraste con fuerza su pene y comenzaste a masturbarle.
Aplicaste sobre él tu boca y lo introdujiste en ella sintiendo la tentación de mordérselo y arrancárselo despiadadamente...


Pero no fuiste capaz de aquella atrocidad y decidiste follarle tú a él.
Te introdujiste el erecto pene en tu vagina y comenzaste un frenético movimiento de vaivén mientras él permanecía estupefacto ante tus reacciones descoordinadas...
Y explotaste en un salvaje orgasmo.
Inconscientemente habías clavado tus uñas en sus hombros y le provocaste sangre.
Buscaste su boca alocadamente y le hundiste la lengua casi hasta la garganta mientras le besabas ansiosamente.
Y continuaste follando pues querías disfrutar más aún del cachorro que tenías dominado bajo tu coño.
Y experimentaste orgasmos sucesivos que parecía iban creciendo en intensidad.


Indescriptible...
 

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