domingo, 10 de diciembre de 2006

Abuelos



Tuve la suerte de conocer a todos mis abuelos con vida.

Mis abuelos paternos fueron los primeros en partir, emprendiendo el viaje de huída de esta nuestra realidad.

 

Mi abuelo Ramón fue el primero en abandonarnos, le recuerdo ya enfermo, aunque siempre animoso, de él creo conservar la fina ironía y un gran sentido del humor. Creo que no le hacían mucha gracia los nietos, pero yo me sentía especialmente querido por él, como si fuese su favorito, tal vez era una sensación que procuraba a cada uno de sus nietos, no lo sé, es algo que nunca se me ha ocurrido preguntar a los que pudimos compartir momentos a su lado. Perduran en mi memoria sus chascarrillos, sus chistes, su gran carácter, cierto genio y su acertada clasificación de los personajes con un simple vistazo a sus maneras y su forma de ser.

Recuerdo aún sus ojos aumentados por las lentes de esas primitivas gafas de la época, ojos incisivos e inteligentes. Llevaba fatal el triste régimen de comidas que los limitados médicos de la época le habían impuesto, y que su mujer, mi abuela, cumplía a rajatabla. Verduras cocidas sin casi sal, o carentes de ella por completo, que hacían revelarse a mi abuelo protestando por los "trapos" que le servía mi diligente abuela.

Delgado y de escasa estatura, pero gran hombre, fue capaz de cuadrar una compañía militar gritando su famoso "Alto a la tropa" que hizo detenerse a los soldados y provocó que los mandos se presentasen formalmente a él, cual comandante en la reserva.

Nos dejó una triste semana santa, coincidió su muerte con la del hijo del dios de los cristianos, sospecho que también esta casualidad constituyó su último guiño, ironía del destino. Espero que su espíritu siga contemplándonos, a los viajeros del tiempo, desde la sierra por la que nos preguntaba sobre las novedades cada nuevo día...

María Antonia se llamaba la mujer de Ramón. Mi abuela paterna. Todavía si cierro los ojos y me concentro puedo paladear el sabor de sus deliciosos bocadillos a media tarde, con pan tostado sobre manteca en sus pequeñas sartenes, en las que cocinaba con habilidad asombrosa, con el dulce sabor del Tulicrem sobre el pan calentito acompañado de exquisito chorizo casero. De sabor inigualable también el licorcillo casero de café que me servía después de dar cuenta del bocata. Aunque no dejaba de ser una bebida alcohólica y yo un crío, en aquellos tiempos no se consideraban tantas estupideces como ahora, y por otra parte no pasaba de uno o dos chupitos en unas copichuelas de fino vidrio ciertamente pequeñas. El caso cierto es que, ya de adulto, no me gusta beber, y si lo hago es en escasa cantidad y como un acto social de acompañamiento, aunque no siempre, en ese sentido voy un poco a mi bola. Pero estaba hablando de mi abuela paterna, que la mujer siempre vivió entregada más a los demás que a si misma, cierto es que hablar de mis abuelos es hablar un poco de mi, porque creo que de ella heredé un cierto pesimismo en la forma de abordar la vida.

Y es que siempre se ponía en el peor de los casos, lo que no dejaba de servirle para anticiparse a las posibles consecuencias y estar siempre preparada para las contingencias que surgían. Pero esto hizo que la mujer no disfrutase su vida como seguramente hubiera merecido. Madrugadora, cariñosa, pero algo seria. Era muy reservada y sospecho que encerraba muchas cosas que me hubiera gustado conocer. Tuvo que cuidar muchos años la frágil salud de mi abuelo y ella vivió sin enfermedad hasta que le perdió, a partir de ese momento, cuando parte de su razón de vivir se le había escapado, entró en declive físico, que no mental, pues hasta casi sus últimos días gozó de una claridad que le hacía sufrir al ser consciente de su deterioro físico. Sus últimos meses de vida la convirtieron en una niña buena cuidada por sus hijas, el Alzehimer no llegó a mostrar su cara más amarga. Siempre la recordaré con gran cariño...

 

Mis abuelos maternos siguieron también el mismo esquema a la hora de dejarnos sin su presencia. Agapito se llamaba el padre de mi madre. Era un labrador de buen comer, fuerte y honesto. Tuve más relación con él y su mujer que con mis abuelos paternos porque era con los que vivía en las largas vacaciones de verano. De muy pequeño me enseñó a liar cigarrillos con papelillo y picadura de tabaco, echábamos humo contentos provocando el enfado de mi madre, que decía me daría al vicio, ironías de la vida, jamás he sido fumador, no le veo sentido.

Vivió toda su vida trabajando, para sus amos al principio, y para él mismo después. Nunca parecía fatigado, era el último en soltar el azadón. Creo que me transmitió el amor por el trabajo bien hecho y la responsabilidad con las obligaciones adquiridas. Amante del vino y de las viñas pocas veces bebía agua, y no se cansaba de comer, disfrutaba además con ello.

Su salud fue siempre buena hasta sus últimos días, problemas respiratorios esporádicos, alguna operación, y una mente lúcida hasta el fin. Siempre decía que quería llegar a los cien años, que no le apetecía morirse con la cantidad de cosas buenas que ahora había, especialmente en lo tocante a la comida, comparado con los años de escasez que le tocó vivir, en los que con un trozo de pan y tocino tenía que arreglarse.

Tranquilo y enemigo de polémicas no perdonaba la siesta. Prefería escuchar y actuar antes que hablar. Cuando se jubiló, y aceptó su nueva situación, fue cuando empezó a disfrutar su vida. Vivió mucho, me contó muchas cosas y me enseñó a mirar al cielo. Aún recuerdo su despedida en aquellos ojos claros, de azul color, la noche de su muerte, me decían "esta vez si"...

Obdulia era la mujer de Agapito, su segunda mujer, madre de mi madre, mi abuela. Fue la última en morir. Durante muchos años su mente fue nublada por el Alzehimer, que mostró todas sus caras hasta llevársela de este mundo. El recuerdo que me queda es anterior a esta etapa final, que duró muchos años y que casi borró por completo la imagen que de ella todos teníamos.

Fue una mujer de carácter, aseada, coqueta y presumida. Religiosa y de misa diaria, aunque recuerdo que me llamaba judío cuando hacía algo malo. Estricta y vigilante, era la que nos controlaba a todos los nietos cuando en los veranos vivíamos en su casa. Le gustaba viajar y los saraos, casi lo contrario que a su marido, más tranquilo. Le gustaba bailar y cantar, esto último lo compartía con mi abuelo. Buena cocinera y con una mano especial para añadir las especias, su chorizo casero era siempre algo más picante y sabroso. También preparaba licor casero, con una equilibrada fórmula. De ella me queda esa predilección por las granadas, fruta que le encantaba.

Demasiado pronto dejó de ser ella misma y la enfermedad le privó de muchas vivencias, a veces aparecían breves retazos de lucidez entre las nubes de su memoria pero poco a poco se fue diluyendo. Se marchó discretamente. Espero esté con todos mis seres queridos, que ya no están con nosotros, en ese paraíso, en el cielo, en el que ella creía...

1 comentario:

  1. Todos juntos están en tí. Sólo tienes que mirarte cuidadosamente al espejo, y poco a poco irás distinguiendo rasgos de cada uno de ellos..., alguno salta a la vista en tu mirada azul...

    Lúa.

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