Me hubiese encantado haberte conocido un poco más.
Algo nos lo impidió, no se bien qué fue.
Tal vez las circunstancias nos arrastraron, nos dejamos arrastrar, a ese juego del querer aparentar.
Ser duros, fuertes, íntegros.
Capaces, felices, mordaces.
Geniales…
Temo que es más bonito ese lado frágil, sencillo, latiente, que se esconde a la gente.
Desnudos somos sensibles, vulnerables, mortales.
Amarse sólo es posible cuerpo a cuerpo.
Y para eso tendríamos que fusionar antes nuestras mentes…
Fueron cortas, esporádicas, nuestras conversaciones.
Pero me enseñaron mucho de ti, y de mí.
Sembraron inquietud en mi espíritu.
Renovaron el aire estancado de los archivos.
Sacudieron los cimientos en un intento de comprobar su integridad, su solidez.
Ya no estás aquí, me marché.
No tengo compañero que me quiera escuchar, alguien a quien poder preguntar las dudas que alberga mi cabeza al pensar.
Ese ser hermano, paralelo, con el que acoplar gustos sobre colores, sabores, olores, letras, acordes.
Un modelo de referencia para intentar mejorar.
La guía perfecta que nunca dejamos de buscar.
Los días nos arrastran sobre la corriente del río que es la vida.
Afluentes de un mismo mar.
Caminos divergentes.
Alejarse, volverse a encontrar…
Prometo llamarte. O escribirte, que es mejor.
Las cartas implican más calor, tiempo, dedicación.
No son tan frías como mi voz en tu contestador, o un e-mail más en tu abarrotado buzón.
Puedes releerlas, adivinar mi intención, descubrir el ánimo de mi corazón.
No suelo mentirle al papel, es un buen aliado, digno de confianza, de los secretos de confesión buen conocedor, pañuelo que seca las lágrimas de la razón... el gran olvidado.
Adiós.
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