La despedida fue muy especial, toda la Naturaleza desató sus iras contra el mundo, la partida era muy particular, era para siempre, y había que prepararse para eso, y celebrarlo por todo lo alto.
Los últimos días su sufrimiento había sido suprahumano, era la última protesta, el definitivo combate de las defensas de su organismo.
Todo fue increíblemente reparador, como cuando después de un duro viaje el sueño nos restaura a la normalidad, como la calma tras una tempestad, el contraste del blanco frente al negro.
Sintió cómo abandonaba su cuerpo, visiones de su infancia, corre hacia no se sabe dónde, y no puede lograr el objetivo, existe algo que le impide avanzar; se da cuenta, es él mismo, que se aferra, ya en vano, a la vida. Lejos percibe algo prometedor, una claridad que inunda su ser pero que emana de algo extraño a su persona. Iba a reunirse con su abuelo, con su mujer, y su padre, y su madre, y él.
Todo tipo de presión había cedido. Empezó a caminar, lentamente, subía, volaba, dejó de sentir.
Sintió deseos de gritar y profirió un postrero grito que nunca llegó a salir de sus labios.
Un barco a la deriva chocaba contra las rocas. Una gran tormenta castigaba el litoral. Alguien soñaba.
Una estrella apareció en el firmamento.
Amanecía y sobre la cama del oscuro cuarto su cuerpo, inmóvil, yacía frío. Eran los colores del alba. El último amanecer.